Le picaba la cabeza, se rascó y sus uñas se encontraron con algo poco usual, no la clase de cosas que suele uno encontrarse en la cabeza, se hallaba sentado en la vereda (ahora lo recuerda) algo sonó, la contusión hacía lo que se supone que haga con la memoria a corto plazo y nada era demasiado claro, ahora en el piso... sus dedos, o mejor, las yemas de sus dedos comenzaban a reconocer la textura, apoyada un poco más atrás por el olfato, que delataba algo muy peculiar, un aroma casi inconfundible... mierda, sí, mierda de algo. Las yemas, o mejor, sus dedos se cerraron levantando una pequeña muestra de la materia de dudosa consistencia y aún más extraña procedencia para ser analizada por los ojos, quienes en este contexto vienen a ser algo así como los reconocedores por excelencia. Confirmado, era bosta. Levantó la vista para indagar en busca de los perpetradores de tal infamia. La ubicación, cómo chorreaba, si es que la consistencia viscosa no le niega la capacidad de chorrear, la forma en como se mantenía en su coronilla dejaba claro que podía venir sólo desde arriba... Y allí las vio... surcando el cielo como si nada, con la impunidad de un pájaro, como si siempre lo hubiesen hecho. Bajó la cabeza, se levantó apoyándose en su brazo izquierdo, como resignado sacudió su pantalón de sarga de toda la vida... Y allí va, don Emilio Aguirre, un anciano que confirma la frase “todos los días se aprende algo nuevo” y descarta de plano, como denotación de imposible, a la frase “el día que las vacas vuelen”.-
viernes, 26 de febrero de 2010
jueves, 25 de febrero de 2010
El Concurso
lunes, 22 de febrero de 2010
De las cosas y el tenerlas (o no)
Génesis
Primero fue con pie pierna, después dos, después fue cuerpo con manos en brazos y cabeza que piensa, que pensó y le hicieron falta zapatos para pensar más y fue zapatos en pies de piernas con torso y brazos con mano y cabeza que piensa y después quiso pantalones y fueron pantalones y en los brazos mangas de la remera del torso y anillos en los dedos de las manos con relojes en las muñecas y después el cuello y quiso collares y un sombrero y después alguien también lo quiso y no más sombrero, ahora es de otro y no más anillos ni collares ni más nada, todo de otro, entonces rabia y entonces furia y odio y entonces quiero mis cosas pero ya no mías sino de otro y entonces no te las doy y entonces rabia y entonces impotencia y entonces llamo a otro para que me ayude pero entonces le doy una de mis cosas y me ayuda a mí y entonces mas rabia y entonces desesperanza y entonces fue mano y fue arma y otra vez son mías. Y no todos se regocijaron.
Éxitos.-
sábado, 20 de febrero de 2010
Un puñado de ratas aladas ayudan a ganar una discusión existencial
Estoy arrancando con lo más viejo, este es uno que más adelante me sirvió como prueba de que Dios no existe. Pasa que uno de los argumentos más fuertes (en contexto, obvio, por sí mismo hace agua por todos lados) que me blandían los convecedores era que la prueba de Su existencia era el mundo mismo, la perfección con que estaba acomodado debía ser prueba de la existencia de algún ser sobrenatural omnipresente y omnipotente. A tamaña insensatez (semejante a asombrarse por la inteligencia de la estalagmita que crece justo debajo de una gotera que podrá alimentarla) pude responder sólo con otra más grande, y las pruebas de que el mundo es de las palomas son las plazas, las cornisas, las sociedades protectoras de animales (humanos controlados mentalmente por las palomas), etc. Obviamente la discusión acabó ipso facto.-
EL MUNDO ES DE LAS PALOMAS
El mundo entero es de las palomas, su caótica gracia al andar refleja todo lo socialmente "útil" de la vida humana en sociedad.
Sólo hace falta ver cómo acompasan sus movimientos, esa torpeza que precede a su ruidoso vuelo. Sus cantos, esa maraña de sonidos guturales que recuerdan, más que a un ave, a una tubería trayendo agua luego de mucho tiempo.
Hoy me encuentro en una de sus capitales al resguardo del cielo abierto y es cuestión de tiempo hasta que bajen a andarla. Siento sus pequeños ojos en mí, sobre mí, las veo pasar sobrevolándome, yendo y viniendo como una jauría de lobos acechando a su presa.
Ahora se han escondido, saben que sé de ellas y no se muestran. La calma es inquietante pues las he perdido de vista pero sé que están allí, en cada cornisa, en cada rama, a mis espaldas, esperando, aletargando este momento, dándose instrucciones unas a otras, reagrupándose, aguardando la llegada del instante preciso en el que han de proceder.
Yo las he descubierto, conozco su plan, esclavos humanos asean sus capitales, yerguen altares para su deleite, limpian sus heces, las mismas que ellas riegan por todos lados sin reparo pues saben serán removidas. ¡Si hasta las alimentan y todo! Sus pequeños cerebros han ideado el más malicioso plan y ellas sólo deben disfrutar de los frutos que mis congéneres han sabido cosechar para ellas.
El mundo es de ellas, a ellas y sólo a ellas les pertenece.
Pero no siempre será así, la paz acabará pronto, la utilidad humana está decreciendo y ellas en breve reclamarán lo que es suyo... Saben que lo sé, por eso me persiguen, por eso no se muestran, escapan de mi vista... pero sé que están ahí, puedo oirlas dándose directivas, cada tanto me encuentro a alguna y la veo mirándome con uno de sus ojos, sé lo que piensa, veo su malicia en él, se queda ahí parada viéndome como amenazándome, como advirtiéndome de su advenimiento. No puedo ver su otro ojo y eso es lo peor, pues sé que con él está haciendo señas a sus pares y a la vez vigilando sus espaldas para jamás ser sorprendida. No puedo evitar quedarme inmóvil, debo retroceder de a poco y, viendo en busca de sus compañeras (en vano la mayoría de las veces) huir corriendo, pues saben lo que sé, y no les agrada. Me vigilan constantemente.
Mucho tiempo he permanecido en su capital y ya han notado mi presencia. Ahora hay una de ellas observándome en cada lugar a dónde vea y por cada una que veo hay más escondidas, desean que me vaya, que salga de sus dominios. Dos se acercan caminando hacia mí y varias pasaron volando sobre mi cabeza, las siento agolpándose hirviendo de ansiedad, mucho tiempo he guardado su secreto y es hora de silenciarme para siempre. Un aleteo despierta al resto y pronto todas están sobre mi cabeza. Siguen de largo, sólo una ha quedado frente a mí, es la más grande que jamás haya visto, de cuerpo negro y con la punta de sus alas blancas como su cabeza, me mira con sus dos ojos, como si no le preocupara su espalda. Mantiene su mirada y levanta vuelo, he tenido que esquivarla para que no me atropellara. Seguramente hubo algo más importante a último momento.
Hoy me he salvado, pero es cuestión de tiempo hasta que me acaben, pues el mundo les pertenece.
Fundamentalmente el error consiste en tratar de convencer a alguien de nuestra fe. La fe se siente no se piensa.
Éxitos
viernes, 19 de febrero de 2010
La inevitable primer entrada
Del Gordo Galván
Resulta que había una gente que vivía en un pueblito de no sé dónde, no viene al caso, la cuestión es que esa gente no se había dado cuente de un montón de cosas de las que acá, por ejemplo, sabíamos de hace rato. Pero ese tampoco es el caso, porque de hecho no les importaba porque eran inútiles (las cosas, digo).
En fin, y antes de que me vaya por las ramas, como suelo hacer cada vez que cuento algo, porque no muy seguido me da por contar cosas, pero cuando lo hago me empiezo a ir y a ir y tengo que empezar a gritar para que me escuchen porque me voy y me voy y a veces la gente me mira porque estoy hablando a los gritos con gente que está a media cuadra y yo caminando para atrás contando una anécdota y gritando y después , mientras sigo hablando me empiezo a ir por las ramas y termino trepado en algún árbol y sin poder bajar, pero eso no es lo peor, lo peor es mientras voy trepando al árbol, cada dos por tres tengo que estar parándome a tomar aire y entre parada y parada me olvido de lo que estaba contando y termino hablando de cualquier otra cosa que no tenía nada que ver. Al principio mis amigos me seguían, después medio que se hartaron y me dejaban hablando sólo, pero yo seguía hablando a los gritos porque no veía que ya se habían ido, pero ahora por suerte se avivaron y cuando empiezo a hablar me ponen una correa de ahorque y si me empiezo a ir me pegan un tirón y me quedo, pero por la cadena me olvido lo que iba a decir y me termino sentando, calladito la boca y rascándome la oreja derecha con el pié. Bueno, en realidad es mejor eso a cuando me daba por volarme, fue un momento de mi vida en el que todo me resbalaba (por eso no salía a la calle) me ponía la ropa y se me escurría por el suelo, no había caso y la pasé muy mal, hasta que me dí cuenta de que el aire también me resbalaba y si saltaba terminaba en el techo y una vez casi me escurro por la chimenea, suerte que no salía a la calle, porque si no...
Si, bueno, pero eso no era de lo que iba a hablar, resulta que en ese lugar (del que hablé al principio, lo que pasa es que me colgué, y cuando me cuelgo me da por hablar de mí, como en el colegio, cuando hacíamos gimnasia nos colgábamos del arco de fútbol y yo me ponía a hablar y hablar y siempre terminábamos perdiendo y un día un compañerito me quiso cortar las manos para que no me colgara más, ¡Callate! ¡No me importa! ¡Callate de una vez! Me decía a los gritos, y yo me bajé. Pobre, pero cuando me colgaba de los pies puteaba a todo el mundo, yo creo que era porque se me subía la sangre a la cabeza, no sé, pienso, ¿No?) la gente contaba la historia de un gordo, el Gordo Galván, que era tan gordo que no podía vivir en una casa de dos pisos porque podía vencer el suelo, pero para mí que era mentira, porque cuando fui al lugar este del que les digo, que no me puedo acordar el nombre, era algo con “ita” al final... o era “ura” al final, no sé, algo por el estilo, la cuestión es que la gente hace los edificios de departamentos con las puertas bien angostas, tanto que para pasar hay que ponerse de costado y un gordo así no pasa y menos de costado, para mí que me estaban gastando, yo por las dudas no compré chocolates ni nada dulce, a ver si encima termino igual de gordo, porque yo tengo tendencia a la gordura, me acuerdo que de chiquito me comía dos caramelos y me ponía redondo y no podía ni respirar, es una enfermedad y por eso no como azúcar, el médico me dijo cómo se llamaba la enfermedad que me hace engordar pero ahora no me acuerdo... algo como “sinergia”... no, bueno, eso y del gordo no supe más nada, lástima, era un buen tipo.-
Espero valga la pena la quemada de retina leyendo en el monitor, en breve subo más.
Éxitos.-