viernes, 26 de febrero de 2010

Aprendizaje

Le picaba la cabeza, se rascó y sus uñas se encontraron con algo poco usual, no la clase de cosas que suele uno encontrarse en la cabeza, se hallaba sentado en la vereda (ahora lo recuerda) algo sonó, la contusión hacía lo que se supone que haga con la memoria a corto plazo y nada era demasiado claro, ahora en el piso... sus dedos, o mejor, las yemas de sus dedos comenzaban a reconocer la textura, apoyada un poco más atrás por el olfato, que delataba algo muy peculiar, un aroma casi inconfundible... mierda, sí, mierda de algo. Las yemas, o mejor, sus dedos se cerraron levantando una pequeña muestra de la materia de dudosa consistencia y aún más extraña procedencia para ser analizada por los ojos, quienes en este contexto vienen a ser algo así como los reconocedores por excelencia. Confirmado, era bosta. Levantó la vista para indagar en busca de los perpetradores de tal infamia. La ubicación, cómo chorreaba, si es que la consistencia viscosa no le niega la capacidad de chorrear, la forma en como se mantenía en su coronilla dejaba claro que podía venir sólo desde arriba... Y allí las vio... surcando el cielo como si nada, con la impunidad de un pájaro, como si siempre lo hubiesen hecho. Bajó la cabeza, se levantó apoyándose en su brazo izquierdo, como resignado sacudió su pantalón de sarga de toda la vida... Y allí va, don Emilio Aguirre, un anciano que confirma la frase “todos los días se aprende algo nuevo” y descarta de plano, como denotación de imposible, a la frase “el día que las vacas vuelen”.-

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