domingo, 14 de marzo de 2010

Adaptación a la inversa

Este es un cuentito que escribí en base a un guión en el que estoy trabajando con un amigo para hacer un cortito en 3D. Espero les guste. Hay algunas sutilezas que tal vez les recuerden a otras situaciones, pero es que uno no puede evitar contagiar de lo que siente a las cosas que escribe.


El incidente de la Pico de Loro

No es que quiera simular ser más de lo que soy, pero mi presencia en esa casa era algo así como clave, casi esencial. El médico le había advertido “un pocillo de nueces cada noche” y ella le hacía caso, para eso era médico, había estudiado y sabía lo que decía. Por eso mi presencia en esa casa era clave, era la piedra angular de su existencia, vivía, casi o más o menos, gracias a mí, no es que quiera simular ser más de lo que soy, pero era así, al menos después del incidente de la pico de loro.
En realidad del incidente sé lo que me contaron, yo no vivía ahí cuando acaeció (linda palabra, ¿no? “Acaeció”) yo estaba en otra habitación, con otros compañeros, igual yo ya la conocía, habíamos compartido uno que otro trabajito juntos y sabía que, si bien no era eso lo que ella mejor hacía, al menos se le daba bien y claro, para una viejita era más fácil con ella que conmigo, aunque yo ahora soy, o era, bueno, el indicado para ello, al contrario de lo que Ofelia pensaba, era más sencillo de lo que creía, o estaba mejor dotada de lo que pensaba.
Como decía, del incidente sé poco, sé, por ejemplo, que fue de noche, ella dormía, pero Ofelia no, estaba viendo televisión, tal vez por eso no escuchó nada, o tal vez sí pero más interesante era seguir viendo lo que estaba viendo, que aunque lo veía casi todas las noches, era siempre distinto, ese aparato con esas luces, cien canales con sintonizador automático y control remoto, aunque estaba roto, pero lo había. Nunca, ni ella ni yo pudimos hacer algo para arreglarlo, era le limitante que compartíamos, Ofelia lo sabía, pero nunca dijo nada.
Yo no tenía ni idea de lo que pasaba fuera de mi lugar, creo que de alguna forma le tenía envidia, es que es como ascender en la escala social, pasar de donde veníamos a dónde acabó, aunque claro, si nos hubiéramos quedado donde pertenecíamos no hubiera pasado nada, yo tampoco estaría contando nada ni nadie lo estaría escuchando y todo hubiera seguido igual, como debe ser, sin cambios, estable.
Casi me sentí contento cuando me enteré de lo que había pasado, aunque no sabía casi nada, sabía, por ejemplo, que no sólo eran nueces, no, había varias castañas involucradas, y claro, las almendras que siempre están en todos lados, pero no mucho más, es que yo era el ideal y el hecho de tener esa oportunidad pudo más que cualquier sentimiento de solidaridad para con una ex compañera, era mi lugar desde un principio y sólo era cuestión de tiempo, pero ese tiempo pasaba y yo ya había quedado en el olvido, relegado a un segundo plano, me habían arrebatado lo que por derecho me correspondía, por eso no pude, no pude dejar de sentirme contento, aunque, claro, lamenté el hecho, pero no pudo más que mi alegría, no señor.
No voy a negar que me sentí orgulloso de ser ascendido y me imagino que también fui la envidia de más de dos, aunque, aquí entre nos, yo era el indicado desde siempre, fue un error elegirla a ella antes que a mí y hubiera sido una error elegir a cualquiera que no fuese yo, sobre todo por el hecho de que no hay limitante de tamaño conmigo, aunque el rango de ella era amplio, debo reconocer. Aún así y por más amplio que fuera, había un rango y conmigo no, creo que también por eso estaba tranquilo, supuse que era respetado, que en mi caso se iba a entender que era eso a lo que me dedicaba (entre otras muchas cosas, obvio) y no había mucho más que hacerle, conmigo no había piezas que separar, mi entereza era indiscutible e irrevocable (otra palabra linda), yo estaba a salvo.
Todos se alegraron de mi llegada, estoy seguro, aunque no lo hicieron notar, igual no esperaba más de un puñado de cubiertos con un solo y único fin. Me acomodé bien, aunque mi poder es enorme (la grandiosa física) mi volumen es menor de lo que podría esperarse (otro motivo por el cual fui el indicado desde siempre). Enseguida me parlotearon del peligro que corría, ahí me enteré de que estaban bien organizadas y de que no habían sido más que cinco, cinco y dos castañas…
Aún así me quedé tranquilo, aún así no me preocupé, eso era con ella, conmigo no, no iba a pasar, no tenía por qué.
Creo que pasaron dos o tres días, yo había estado haciendo mi trabajo muy bien, muy bien, en seguida Ofelia le agarró la mano y nos complementábamos maravillosamente, era casi mágico vernos en acción, primero la fuerza, mi fuerza, claro, un pequeño balanceo, un sutil movimiento de muñeca, el brazo y ¡bang! Luego descansaba y veía el rítmico movimiento de dedos con el que se quedaba con la recompensa, era imposible no verla y quedarse atónito (otra palabra que me gusta) el sutil temblor que la edad le había dado en las manos, la delicadeza, el cuidado con el que recuperaba hasta el último trocito perdido, enganchado bajo la dura pero lisa y brillante cáscara interior, mientras yo reposaba a un costado, orgulloso de no haber dañado nada, de haber hecho excelentemente lo que tenía que hacer, dejar el interior al descubierto sin afectarlo, sin dañarlo, no un rasguño, no un magullón, intacto.
Recuerdo que esa noche fue no muy distinta, de hecho no lo fue en absoluto, llenó su pocillo, limpió la mesa y me dejó donde siempre, hoy miro hacia atrás y creo que todos lo sabían, todos menos yo, y Ofelia, claro, ella nunca se enteró ni se va a enterar de nada. Estaba recordando lo bien que me había desenvuelto y repasaba errores, mejoraba mentalmente la técnica, cuando escuché unos ruidos. Por primera vez pensé que tal vez yo no era distinto, que tal vez no era yo, sino lo que hacía lo que me condenaba a acabar con la misma suerte que la pico de loro, por primera vez deseé haberme quedado en la caja de herramientas, no haber venido a cascar nueces, después de todo el hecho de poder hacerlo tal vez no era suficiente motivo para hacerlo, probablemente no era este mi lugar, después de todo un martillo debería clavar clavos o, a lo sumo recomponer una chapa, no romper nueces. Miré alrededor y pude leerle el pensamiento a los tenedores cuchillos y cucharas (en especial a las cucharas que no pinchan ni cortan) y ahora me doy cuenta, esa noche no dormían, estaban esperando lo que sabían venía. Fue entonces que vi luz, Ofelia había vuelto por algo, pensé, pero no, eran ellas, las nueces abrieron (Dios sabe cómo) el cajón, me levantaron y me arrojaron detrás del aparador, entre pelusas, cucarachas, un cascanueces y una pico de loro.

Este es el blog de Doménico. Acá, entre otras, cosas hay información de cómo va el cortillo.

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